Notas de un viaje en bus
Nueve treinta de la mañana. Salgo de Limache. Día de sol y cielo azul. El bus se desplaza por Condell hacia Mercedes. Abajo se divisa el taller del Pelao Villanueva y al otro extremo la amasandería de doña Santina. Mi destino, Zapallar. Hace un minuto abordé el Dinho’s, uno de los pocos que aun quedan porque están en extinción. Hacia los Andes marca un letrero. Saliendo de Limache diviso la casa de los Urmeneta junto a la línea del ferrocarril, abandonada, guardando tantos recuerdos de un pasado glorioso y opulento. Algunos descendientes deben existir de aquella acaudalada familia del siglo IXX. Don José Tomás Urmeneta forjó gran fortuna dedicado a la minería del cobre. También fue diputado y senador, pero no le alcanzó para presidente, le ganó Federico Errázuriz Zañartu. Todo en el siglo diecinueve. Pero el bus emprende el ascenso a la cuesta de San Pedro, cerros que cobijan al famoso túnel de San Pedro. Por allí transitaba el ferrocarril de pasajeros hacia Quillota, hoy sólo lo abordan trenes de carga. Pero mientras se construía aquel socavón, los trenes subían la cuesta provisoriamente por una vía sobre el portezuelo arrastrándose los carros con dos locomotoras, permitiendo hacer llegar el ferrocarril hasta Quillota en junio de 1857. Dicen también que hasta bueyes se usaban para tirar los carros cuesta arriba, mientras los obreros perforaban a puro chuzo el cerro. Y pensar que en un principio el ferrocarril pasaría por Concon, pero por temor a los arenales se cambió el trazado a lo que es hoy. Túnel de San Pedro: oscuro, extenso. Daba miedo cruzarlo en tren y quedar detenido en medio. Se sentía una emoción extraña al introducirse en aquel socavón, en aquellos trenes tirados por locomotoras eléctricas, de carros de puertas abiertas. Se presentía la posibilidad latente que otro tren podría venir. Una sola vía y la posibilidad de chocar con otro convoy. Pero el choque fue en otro sitio, aunque allí habían dos vías. Ocuparon una por demorar reparar la otra y los AM impactaron. Queronque, lunes 17 de febrero de 1986, 19:45 horas. Cuentan que los muertos sumaban 60, aunque se sospecha que fueron más. También se sospecha que por culpa de un atentado extremista se inutilizó una vía, de allí que existiendo dos se usaba una. Pero estamos detenidos en medio del túnel de San Pedro. Afuera oscuridad. Pronto se reanuda la marcha y emergemos por entre cerros ahora plantados de paltos rumbo a San Pedro. El bus asciende raudo la cuesta y ya desciende hacia el valle de San Pedro, antesala de Quillota. Cruce de San Pedro, línea férrea del ramal a Quintero. Antes los trenes de pasajeros arribaban al centro de este balneario, a la mismísima plaza. Era la época del bus carril o algunos ordinarios provenientes de Santiago con veraneantes al estilo de Cartagena. Pero esto es pasado: hoy no hay trenes a dicho lugar. Sólo cargueros que trasladan el cobre desde Ventanas hasta el puerto de Valparaíso. Nos aproximamos a Quillota por el troncal. Muchas parcelas se divisan con frondosos árboles, la mayoría paltos y chirimoyos, que adornan con su verdor y cuerpo el paisaje, configurando una imagen bucólica. Canchas de fútbol amateur de lo que llaman por estas tierras campeonato agrícola se perciben en algunas de estas parcelas, para alegría de sus trabajadores que los domingos olvidan las tareas del campos para disfrutar de este deporte popular apagando su sed con heladas cervezas o un buen vino, sin faltar un suculento asado. Silos, caballos, vacas, hileras o camellones de lechugas, un camino de tierra que da entrada al camino internacional. Al fondo, otra vista de